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DON DIMITRI - Narración completa

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          –¡Vaya, por Dios! ¿Qué se quema?, muchachita.            Eso gritó Serafina, la empleada que vivía en casa, al verme pasar por la cocina, saltando en un pie, mientras trataba de meter el otro en el zapato y sosteniendo entre los dientes media tostada con mermelada que había acompañado mi tardío desayuno.            Como no podía contestarle por la tostada, le hice señas con la mano derecha que salía a la calle y, agachada, me calzaba el zapato porfiado.            Ella se rió meneando la cabeza y me tiró un beso por el aire.            Serafina y yo nos llevábamos requete bien. Hacía años que vivía en casa y era mi compinche en todas mis aventuras; pero también ejercía una inadvertida autoridad que me moderaba en las travesuras.            Nos teníamos mucho cariño.            Los sábados de mañana, como no iba a la escuela, dormía un poco más, pero a eso de las diez, iba a casa de una amiga.            El apuro de hoy se debía a que ya eran ¡las once!