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Mostrando las entradas de mayo, 2018

CLUB CONCORDIA

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CLUB CONCORDIA Don Pérez Baile La manito de bronce del llamador golpeó dos veces con fuerza en la puerta del zaguán. -¡Fijate quien es!-, se oyó la voz de mi tía, a lo que enseguida contestó Serafina (trabajaba en casa): -¡Es don Pérez Baile! Ni bien entró, yo llegué corriendo y me frené junto a él. Se rió y como hacía siempre, me revolvió el pelo y me dijo: -¿Cómo vamos hoy?, pequeña. -Muy bien y usted? -Bien, bien.-, dijo, y entramos. Yo esperaba entusiasmada que viniera, porque ya había llegado la invitación del Club Concordia para los bailes de carnaval. A mí y a todos los chiquilines nos tenía en el aire aquello del carnaval, porque de alguna manera también teníamos nuestro lugarcito. La presencia de don Pérez Baile era infaltable en cada evento que se organizaba en el pueblo. Era un español que no sé por qué razón había recalado en nuestro pueblo. Todos lo queríamos mucho y respetábamos sus conocimientos de teatro, de zarzuela, de todo espectáculo que s

LAS PALOMAS Y DON SORIA

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Terminaba los deberes de la escuela y salía corriendo para la plaza de deportes. Atravesaba la otra plaza frente a la que vivía y llegaba sin aliento a la de deportes. Y allí estaba el portón grande, abierto de par en par como esperando para abrazarnos. ¡Era como entrar en un mundo mágico, con tantas cosas! ¡De todo para divertirnos! Muchos de los chiquilines ya estaban ahí, alborotando, corriendo queriendo agarrarse unos a otros, jugando a la pelota… y a los pelotazos. Unos en los subibaja, otros en las hamacas, las grandes, porque también había unas para los chiquitos, que tenían una maderita que se subía para sentarlos y se bajaba después para asegurar a los valientes que se hamacaban. También estaban los toboganes y ¡claro! todos queríamos tirarnos del más alto. Habían también unos aparatos para hacer gimnasia; unas argollas, unas... como escaleras que subían y bajaban, como un subibaja pero en el aire. Otra cosa que le decían el potro en el que los más grandes

JOBITO

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https://www.pinterest.com/gnar52/g%C3%BCzin/ Hoy comienzo por decir ¡Gracias! ¡Muchas gracias! a todos y cada uno de los que visitaron mi blog (¡más de 1.500 en menos de 24 horas!). Me gustaría que me siguieran en las próximas publicaciones. Otra vez gracias y un abrazo. Jobito… para acá, Jobito para allá, siempre apurado, casi corriendo. Con sus zapatillas gastadas y tan grandes que cada cinco o seis pasos se le descalzaban.Era un niño de unos nueve años, o diez, no importa. Importa sí que vivía en “el dobladillo” del pueblo, donde casi empezaba el campo. Nadie sabía bien dónde ni tampoco qué familia era la suya. Eso no le importaba a nadie. Si Jobito corría y corría todo el día era porque hacía los mandados de todo el pueblo; llevaba y traía cosas, cargaba a veces pesos mayores de lo que a su cuerpo flacucho le convenía. Pero lo hacía sonriendo o con su eterno silbidito, siempre con la misma tonada. Pocho Campelo trabajaba en el banco. Vino a casa como todos los

PROXIMA ESTACION… ¡NICO PEREZ!

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PROXIMA ESTACION… ¡NICO PEREZ!   El guarda avanzaba por el centro del coche gritando: ¡boletos, boletos! y mientras avanzaba iba marcando con una pincita unos cartoncitos que todos sacaban de sus bolsillos y carteras. Confieso que a esto yo le tenía un poco de miedo. No me gustaba aquella pinza que el guarda levantaba en el aire como una amenaza, abriéndola y cerrándola con chasquiditos, y por más que mi abuela me explicara… no me gustaba ¡nada! En cambio, cuando se paraba en la puerta y desde ahí gritaba: -Próxima estación… ¡Nico Pérez!-, allí daba rienda suelta a mi alegría y ya empezaba a guardar en mi bolsito todas las cosas que tenía sobre la mesa: libros de cuentos, una libretita en la que dibujaba todo lo que veía, los lápices de colores y por supuesto las galletitas y caramelos que aún me quedaban. Mi abuela se reía y trataba de calmar mi ansiedad: -¡Todavía falta un poquito!- me decía. Pero yo ya quería llegar y de ahí mi apuro. Yo viajaba de Montevideo a Nico Pérez desde an