JOBITO

https://www.pinterest.com/gnar52/g%C3%BCzin/


Hoy comienzo por decir ¡Gracias! ¡Muchas gracias! a todos y cada uno de los que visitaron mi blog (¡más de 1.500 en menos de 24 horas!). Me gustaría que me siguieran en las próximas publicaciones. Otra vez gracias y un abrazo.


Jobito… para acá, Jobito para allá, siempre apurado, casi corriendo. Con sus zapatillas gastadas y tan grandes que cada cinco o seis pasos se le descalzaban.Era un niño de unos nueve años, o diez, no importa. Importa sí que vivía en “el dobladillo” del pueblo, donde casi empezaba el campo. Nadie sabía bien dónde ni tampoco qué familia era la suya.

Eso no le importaba a nadie.

Si Jobito corría y corría todo el día era porque hacía los mandados de todo el pueblo; llevaba y traía cosas, cargaba a veces pesos mayores de lo que a su cuerpo flacucho le convenía. Pero lo hacía sonriendo o con su eterno silbidito, siempre con la misma tonada.

Pocho Campelo trabajaba en el banco. Vino a casa como todos los meses a pagarle la pensión a mi abuela. Se llevaban muy bien y aunque conversaban y se reían mucho juntos, ese día lo notamos callado, como ausente. Se diría que triste.

Cuando ya se iba, le pregunté si le pasaba algo. Demoró un poco en contestar y dijo:
-Estoy preocupado. Algo que me pasó hoy me dejó pensando.

-¿Qué fue? -dije.

-¿Conocés a Jobito?

-Si, claro. A veces viene por acá. ¿Le pasó algo? -me asusté.

-No, no. Te cuento: llegó al banco a media mañana, seguro que haciendo un mandado a alguien de ahí y se fue. Pero cuando terminamos el horario y salimos, me estaba esperando.-

A mi la curiosidad me iba en aumento.
-¿Y?- pregunté.

-Bueno… -siguió contando Pocho- Viste que él está todo el día haciendo mandados… Yo mismo a veces le pido alguno, sólo para poder agregarle algunas monedas a su “día de trabajo”.- Se quedó pensando unos segundos y agregó:
-Sabés cómo es la gente. Abre más la mano para agarrar que para dar… -siguió el relato,-Resulta que Jobito me dijo que quería hablar conmigo. Me sorprendió, pero le dije:- Bueno, cómo no. ¿Te parece bien si vamos al club a tomar un helado mientras conversamos?
-¡¿En serio?! ¡¿Al club?! ¡¿Un helado?!

-¡Sí, claro! ¿Por qué? ¿No te gustan los helados?

-No sé… Nunca comí. Bueno, vamos.

-Entramos y nos sentamos, pedí los helados y mientras él seguía los movimientos de Lacuesta, que llenaba los cucuruchos, uno de crema y otro de chocolate, yo lo observaba a él.

Empezamos a charlar y enseguida me preguntó si él podría trabajar en el banco como yo. Porque, según dijo, “ahí todos tienen mucha plata”.

-¡No! –le aclaré-. Ahí los clientes dejan sus ahorros para que el banco se los guarde y se los cuide, para cuando los necesiten. A nosotros los empleados nos pagan un sueldo que nos da para vivir.

-¡Bueno! –me interrumpió.- ¡Eso! quiero yo. Trabajar y que me paguen para comprar comida y ropa y… ¡zapatillas! Porque mi padre se murió, no sé si sabés, y ahora sólo mi madre trabaja. Pero no puede comprarnos a todos. Somos cinco –agregó-. Y yo la ayudo con las monedas que hago con los mandados. Bueno, la verdad… le doy lo que me dan, pero… -y agachó la cabeza- me guardo algunas monedas. Poquitas… Las guardo en un frasco de vidrio abajo de mi cama.

-¡Ah, pillo! –le contesté-. ¿Y eso por qué?

-Porque quiero comprarme una bicicleta... Estoy muy cansado de tanto correr. Con una bicicleta andaría más rápido, haría más mandados, tendría más monedas y no me cansaría tanto.-

Me dice Pocho:

-Me quedé mirando a ese niño y se me apretó el corazón. Le pregunté: ¿Y no vas a la escuela, Jobito?

-No –dijo-. Si voy, no hago mandados, Y hay que comer, como dice mi madre.

-Bueno, -le dije-. Vamos a hacer una cosa. Tú me traés al banco el frasco de monedas y yo te doy una alcancía para ponerlas y ya sos como un cliente del banco. Te las vamos a guardar para cuando las necesites. Cuando creas que te alcanza para comprar la bicicleta, te llevás del banco todo lo que ahorraste y la comprás. ¿Te parece bien?

-¡Sí, sí! –dijo-.

-¡No sabés la cara de asombro de Jobito al oír eso!

Yo lo escuchaba a Pocho hacer el relato de todo, pero no sabía aún cual iba a ser el final de aquella historia, porque evidentemente sus ahorros de unas monedas nunca le iban a dar para comprar una bicicleta. Eso me preocupaba y opté por preguntarle directamente:

-¿A qué lleva todo eso?

El empezó a decirme:

-El asunto acá no es la bicicleta en sí. La mayoría de los niños quieren una bicicleta. Lo que me preocupa es que este niño está viviendo la responsabilidad del trabajo por hacerse cargo del lugar que dejó su padre. Fijate que ni a la escuela puede ir. El ni siquiera lo sabe. Sólo sabe que son cinco en la casa y la plata no da.

No me gustaría que en el futuro, si las cosas no cambian, se desespere y pierda los valores que hoy tiene.

Mi interés es darle algo en que pueda creer. Y me parece que enseñarle que el trabajo, la tenacidad y la honradez puede hacer que logre sus metas y se sienta orgulloso de sí mismo.

-¡Eso es muy bueno! Pero insisto: ¿qué va a pasar con la bicicleta? Creo que lo alentaste y sabemos que no podrá comprársela. Cuando se dé cuenta, se va a entristecer.

-No te aflijas por eso. Jobito va a tener su bicicleta. Yo se la voy a comprar. Pero él va a estar seguro de que fueron sus monedas juntadas con su trabajo las que le permitieron comprarla.

Mientras tanto, Jobito iba semana tras semana con su alcancía a dejar las monedas.

Volvió Pocho a pagarle a mi abuela.

-¿Sabés que estuve en lo de Machado, el del taller de bicicletas. Le conté el asunto y se sumó. Tenía justo una bicicleta que estaba un poco feíta, pero me dijo que podía arreglarla. Y en efecto, lo hizo. La arregló y la pintó ¡a nuevo! De azul con unos filetitos blancos, buenos frenos y hasta un timbre. Es buen amigo. Me hizo un precio especial y la compré.

Ahora quedaba esperar que Jobito volviera al banco con su alcancía.

Y allá apareció corriendo, una mañana, contento porque estaba “llenita”, dijo.

Pocho sacó las monedas, las fue contando y agrupando en montoncitos, mientras Jobito miraba atento con los codos sobre el mostrador. No perdía detalle. Hasta que por fin… ¡la última moneda! Y Pocho que le dice:

-Mi amigo… creo que ya consiguió la plata para su bicicleta.-

Jobito saltó y pegó un grito que hizo que los empleados y tres o cuatro clientes que estaban en ese momento se dieran vuelta para ver qué le pasaba.

Todo aclarado, Pocho le dijo al nuevo “cliente” que lo esperara a la salida, que juntos iba a ir al taller de bicicletas para ver si había alguna que pudiera comprar.

Salió y se paseaba inquieto por la vereda del banco sin alejarse hasta que Pocho salió y le dio unos billetes .

-¿Y esto?

-Es lo suyo, señor.

-Pero yo junté monedas…

-Sí… Pero cuando uno junta muchas monedas, el banco se las cambia por billetes. Es más cómodo para llevar.

-Ah, bueno… Sí, es mejor… -dijo, sosteniendo los billetes con las dos manos.

-Cuando llegamos al taller, le explicamos a Machado cuál era el asunto y empezamos a mirar la bicicletas que había, pero ¡claro!, enseguida se destacó en un lugar muy visible la que estaba pintada de azul muy brillante con filetes blancos.

Cuando Jobito la vio, se acercó, la miró bien y le pasó la mano como acariciándola.

Dijo: -¡Qué linda esta! Pero debe ser muy cara.-Y resignado se dio vuelta en el momento que Machado le contestaba: -¿sabés que no? Esa hoy la estoy liquidando.

La alegría se le dibujó en la cara.

-¡Por fin! Estoy encantada de ver ahora el desenlace de esta historia. –dije yo.

Y Pocho agregó:

-Y aún hay más. Porque Machado, queriendo colaborar, le dijo un precio menor al que había arreglado conmigo.

-Y… ¿cuánto vale? –preguntó.

Machado y yo nos guiñamos un ojo en complicidad, mientras Jobito estiraba la mano tembleque con el manojo de billetes diciendo: -Cuente a ver si me alcanza. – Y sí que le alcanzó. Y le sobró algo, que según dijo, “esto para mamá”.

-Lo que Jobito no supo es que los billetes que él le dio a Machado los pusimos otra vez en su alcancía porque el hábito de ahorro ya lo había obtenido y tendría una sorpresa de ver aumentar su cuenta.

Meses después conocimos a la madre de Jobito. Una mujer muy humilde, con una cara amable y una serenidad que nos llamó la atención. Conversamos un rato de todo un poco, pero sobre todo de su hijo.

En un momento, yo comenté que nunca había oído ese nombre y ella nos contó otra pequeña historia. Sonrió y dijo:

-Una vez yo fui a la iglesia porque estábamos pasando muy mal, mi esposo no tenía trabajo y yo pensé que a lo mejor, si yo le pedía a Dios, El nos ayudaría.

Allí escuché la historia de un tal Job, que pasó de todo, pero al final se le arreglaron las cosas.

Yo pensé entonces que a mi hijo, si era varón, le pondría Job. Porque pensaba que la situación sería difícil. Nació varón y así le puse. Pero con el tiempo todos lo llamaban Jobito, porque era chiquitito, creo.-

Nos gustó oírla.

Cuando nos íbamos, agregó:

-Estamos pensando que el año que viene capaz que puede ir a la escuela, -y sonrió.

…………………………………………………………………………………….

Esta historia –verídica- tiene, sin embargo, algunas cosas fantásticas:
  • · El sueño de un niño muy, muy especial, invisible casi para la mayoría de los que requerían de sus mandados, su alegría invariable, su voluntad de lucha, su sonrisa y su silbidito de siempre, aún en aquellas condiciones de carencia material en que vivía.
  • · Que el sueño de Jobito encontrara cabida en el corazón de un muchacho generoso que sí lo vio y sí lo escuchó y fue feliz con la alegría enorme de aquel niño. Y yo también.


© Isabel Hernández Tibau
Publicado el 18 de Mayo de 2012 en 
el blog Nico Batlle, rinconcito de Uruuguay




Comentarios

Crisss dijo…
Que maravilla Isabel!! Continúa con ese empuje que te dan los recuerdos,que además reviven hermosos momentos que muchos añoramos!!

Entradas más populares de este blog

PROXIMA ESTACION… ¡NICO PEREZ!

CLUB CONCORDIA

LAS PALOMAS Y DON SORIA