I (de la serie CONFIDENCIAS CON MI ANGEL)



I

(de la serie CONFIDENCIAS CON MI ANGEL)


Querido Angel, 

¿Crees que puedes darme un poco de tu tiempo? Es que necesito contarle a alguien lo que siento y ... ¿quién más que tú? ¿qué otro ser puede seguir mansamente mis divagues? ¿quién mejor que tú conoce los recovecos de mi alma y puede atravesar los laberintos de mi pensamiento?
Extiende entonces el puente de tu sonrisa buena y ven por él conmigo...
Sabes, estoy sola en casa... sola (de toda soledad te hablo, aún sin mi propia compañía). He mirado por la ventana hacia la calle buscando algo que atrape mi pensamiento, pero lo que veo es aún más desolador que este silencio y esta quietud que me rodea. 
Afuera, el Gran Pintor ha acabado sus colores. Sólo le quedan grises  a su enorme paleta, y con ellos lo ha pintado todo.
Gris es esa niebla espesa que desdibuja las cosas, que pule los perfiles y los va borrando hasta que todo se convierte en bultos, manchas... 
Grises los frentes de las casas y sus techos. Los árboles son grises y las calles... y hasta los pájaros que vuelven apurados a sus nidos. 
Todo es grisáceo...
Mi imagen reflejada en la ventana y mi mano que sostiene la cortina también son grises... 
Voy por mi manta y me acurruco en el sillón que más me gusta. Me envuelvo, me arrollo como un feto. Esperando, esperando... pero ¿qué?
La escasa luz que había fue devorada lentamente en los rincones y ahora ya no queda nada. Todo es oscuro. Me hago más pequeña y busco en el fondo de mi manta el calor maternal que me quite los miedos, que ahuyente mis fantasmas. Es inútil, la niebla con sus manos mojadas traspasó las paredes y ya llega a mi alma... 
Mi pensamiento te busca, Angel, para que me des calma.


© Isabel Hernández Tibau

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